No hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia.
Romanos 3:22-24.
Romanos 3:22-24.

Hace unos 2.000 años, en Jerusalén se derrumbó la torre de Siloé, matando a dieciocho personas. En aquel entonces el Señor Jesús, preguntó a sus oyentes: –“¿Pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén?”. Él mismo dio la respuesta: “Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”.
Ante Dios todos los seres humanos, y no sólo los que son víctimas de un trágico destino, son pecadores que merecen el juicio divino. Todos necesitan la salvación que Dios ofrece a cada ser humano en virtud del sacrificio expiatorio en la cruz del Gólgota; deben arrepentirse de sus pecados, confesarlos sinceramente a Dios y creer en el Señor Jesús como su Salvador, de otra manera están perdidos.
La muerte inesperada de algunas personas es una advertencia para nosotros. Nadie sabe de antemano cuál será el día de su muerte. Ésta puede llegar repentinamente. Entonces será demasiado tarde para convertirse. Hoy, mientras vivimos, debemos ponernos en regla con Dios.
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